Mundo Bolo | El regidor o la moneda invisible

Luis Bellido en la Plaza de toros de Daimiel en 1983 

Por el barítono y actor Luis Bellido

Siempre que vamos al teatro, a no ser que sea muy “cutre” (el teatro, claro), nos dan un programa de mano, (los hay que son “de mano de gigante”, pues no hay donde meterlos) y siempre solemos leerlos para enterarnos quién es quién, y sobre todo, los del gremio, para poder comentar después la actuación de tal o cual amíguete que nunca nos parece estar bien bajo nuestro crítico ojo. También en los programas, suele venir muchas veces, sobre todo en los “buenos”, una serie de nombres bajo conceptos tan efímeros como 'escenografía', 'vestuario', 'atrezzo', 'gerencia', 'dirección técnica', que normalmente nos importan un pimiento, y que casi nunca leemos. Entre estos últimos suele aparecer la palabra 'regidor' o 'regiduria', a la que tampoco solemos hacer mucho caso. Sin embargo, el regidor de escena, es un puesto clave para que todo espectáculo que se precie llegue a buen puerto. Sin el regidor puede pasar de todo, desde que un actor no salga a escena, hasta la inexistencia de elementos de utilería imprescindibles para la obra.

Mucho han cambiado los 'regidores' desde mis tiempos de juventud a la actualidad. Yo conocí a uno, Loyola se llamaba, chiquito pero matón. Sí, era pequeñito, pero cuando comenzaba la función tenía una mala leche tremenda, que al terminar la representación desaparecía como por arte de magia, para irse contigo a tomar una cañas (bueno, en su caso siempre eran unos vinos).

Él era madrileño y al oírle hablar parecía que estábamos viendo a uno de los personajes sainetescos de Estremera, López Silva o Ramos Carrión. Se situaba estratégicamente a la entrada del escenario y provisto de un pañuelo o similar, se encargaba de vigilar si ibas maquillado, cosa imprescindible en aquella época, o bien te preguntaba la hora, para averiguar si llevabas puesto el reloj. Tal vez vigilara si tu vestuario era el correcto, o si unas medias estaban o no arrugadas, si llevabas alguna alhaja que no correspondiese al personaje de la obra, en fin una revisión que el bueno de Loyola hacía en unos segundos. Si no pasabas por el examen crítico, tenías que volverte al camerino a corregir cualquier deficiencia.

Y una vez que comenzaba la obra, él estaba dotado de plenos poderes para mandar en el escenario e, incluso, podía echar del mismo a cualquiera, incluido el director de escena. Él se encargaba también de ordenar los cambios de luces, decorados, utilería, los telones, los efectos especiales, si los había etc. Con el paso de los años, esta funciones se fueron relajando, hasta llegar a los cometidos que actualmente realizan los regidores y que casi todos conocemos y que provocan situaciones tan cómicas como ésta:

Se hacía una comedia en la que, en el segundo acto, un actor leía una carta y al acabar su lectura se acercaba a una chimenea que existía en el decorado, sacaba unas cerillas y la quemaba. Acto seguido otro de los personajes entraba por un lateral y haciendo gesto de oler decía “Hum, hum, huele a papel quemado”. Cierto día, el regidor no le entregó las correspondientes cerillas al primero de nuestros protagonistas, y el actor se dio cuenta cuando ya estaba en la escena. Al leer la carta, sin saber que hacer la rompió en cuatro pedazos y la arrojó a la correspondiente chimenea. El segundo, que desde la caja observaba toda la escena, salió y haciendo los gestos correspondientes dijo: “Hum, hum….huele a papel roto”, para hilaridad de su compañero.

Otra de las consecuencias, que yo he sufrido muchas veces en carne propia, es la de la moneda invisible. Por ejemplo, 'La rosa del azafrán', primer acto, don Generoso se dispone a hacer mutis, cuando sale un mendigo pidiendo limosna y, ante la pasividad de los demás personajes, don Generoso saca una moneda y se la entrega al mendigo que exclama “¡¡Es una onza!!”. Cuantas veces me ha ocurrido que no existía ninguna moneda preparada a tal efecto, con lo que uniendo los dedos de la mano como si de un pico de “Pato WC” se tratase, tenía que entregar la invisible moneda al mendigo en cuestión que se apresuraba a guardarla en su también invisible bolsillo debajo de la capa. Un regidor de escena tiene que estar en todo. Un aplauso también para ellos.
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