El Viento del Norte sopla en la Sala Argenta y levanta al público de su asiento

Comunicado

Santander.-14.03.2021 Una orquesta en el foso. Sobre el escenario se cuenta y, sobre todo, se canta una historia. Pero no es Broadway, en Nueva York, no es Covent Garden, en Londres, no es la Scala de Milán ni el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Es Gamazo, en Santander, y es el Palacio de Festivales de Cantabria. La trama que se narra en esta representación, a medio camino entre el teatro musical y la zarzuela, no se desarrolla en lugares exóticos, como Egipto o Japón, ni en París ni en Italia ni en un barrio cañí de Madrid. Es una historia netamente cantábrica, que se localiza en Santander, proyectada continuamente sobre el fondo del escenario, y que dramatiza la realidad de un tiempo y una sociedad que, a finales del siglo XIX, asomada al fin del imperio en Cuba y Filipinas, crujía bajo el empuje de una industrialización que ponía en jaque las formas de vida tradicionales, tanto en su actividad económica como en sus costumbres.

Abajo y arriba, juventud a raudales en la orquesta Behotsik de Bilbao y el Coro Joven de Santander, que sintonizan con maestría para trasladar al público una historia que arranca con la peripecia de un grumete vasco naufragado en las aguas de la bahía de Santander, a tiro de piedra del Palacio de Festivales. La tarde-noche transcurre sin apenas darme cuenta, embebido como estoy en escenas que tratan asuntos de otros tiempos en los que reconozco las inquietudes e ilusiones de hoy. A través de estas escenas asistimos a los afanes, desdichas y alegrías de personajes de distinta extracción social en el Santander de la época, en cuyos florecientes astilleros se construye el barco ‘Vientos del Norte’. Son historias de amores contrariados, de abusos de poder, de oscuras relaciones económicas, de injusticia, crueldad y arrepentimiento.

El espectáculo audiovisual que se ofrece a nuestros sentidos no solo comunica mensajes, también transmite emociones, algunas dramáticas, otras cómicas, exaltadas por la lucha, abatidas por el pesimismo o reconfortadas por la esperanza. Dicen que solo el arte en su proceso creativo es capaz de tocar la fibra sensible de la emoción. Desde el foso y desde el escenario, entre las melodías reconocibles de otras zarzuelas que interpretaba la orquesta y las voces entonadas por el coro, surgió el arte y vino a establecer esa comunicación especial con el auditorio. El público devolvió a la orquesta y coro esas emociones. Y lo hizo desde el principio al final, aplaudiendo las actuaciones y acompañando canciones con el acompasado entusiasmo de sus palmadas, que no cesaron durante el último número hasta que el telón se corrió sobre el escenario.

Salgo de la Sala Argenta deseando que continúe esta afortunada colaboración cultural entre ciudades cantábricas, de la que ya tuvimos ocasión de disfrutar en diciembre con Jon Urrutia y Juan Saiz y el Cuarteto de Jazz Bilbao Santander. Entro en la noche cántabra y percibo un viento, aunque no sabría decir de dónde viene. Después del espectáculo, camino confiado, porque el Viento del Norte podrá ser frío, pero barrerá las nubes y nos dejará la esperanza de una mañana limpia y luminosa.

Javier Sánchez Becerril

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