Carlos Álvarez es investido doctor honoris causa por la Universidad de Málaga

Carlos Álvarez y el coro (UMA)
El barítono malagueño Carlos Álvarez ha sido investido doctor honoris causa por la Universidad de Málaga (UMA) en un acto celebrado este miércoles 23 de mayo en el Paraninfo Universitario presidido por el rector José Ángel Narváez. La distinción se ha concedido a propuesta de la facultad de Filosofía y Letras de dicha institución por los méritos artísticos y por la aportación a la lírica de Álvarez, que fue alumno de la UMA. Ofició como madrina la profesora del Departamento de Ciencias Históricas, María José de la Torre. Álvarez (Málaga, 1966) compaginó sus estudios en el Conservatorio y en la Facultad de Medicina de la Universidad de Málaga, en la que llego hasta cuarto curso, hasta que se convirtió en cantante profesional, en 1990.

Carlos Álvarez (Lyric Art)
La propuesta del nombramiento fue defendida por el decano del centro, Juan Antonio Perles y consiguió el respaldo mayoritario del claustro universitario reunido el 13 de diciembre de 2017. El homenajeado ha recibido los elementos que le acreditan como doctor -el título, la medalla, el birrete, los guantes, el Libro de la Ciencia y el anillo- de manos del rector. Han asistido a la investidura representantes institucionales, del mundo de la universidad, la cultura y de la sociedad malagueña. El birrete del cantante malagueño es especial, ya que tiene los colores de dos facultades: el azul de la de Filosofía y Letras (centro que propuso su nombramiento) y el amarillo de la de Medicina, carrera que estudió.

El barítono llegó a la ciudad procedente de Viena donde se encuentra representando 'Samson et Dalila'. Finalizadas las funciones vienesas se desplazará a Turín para encarnar a don Giovanni. Después del verano interpretará 'Katiuska' en el madrileño Teatro de la Zarzuela y cerrará el año con 'Simon Boccanegra' en la Royal Opera House de Londres. Durante su alocución, en la que ha citado pasajes de algunas de las óperas que ha interpretado, Álvarez se ha centrado en el honor "como causa dramatúrgica en la ópera". Tras los discursos, el cantante se ha unido al coro de la UMA y al quinteto de cuerda de la Orquesta de Málaga Camerata para entonar el himno universitario, el 'Gaudeamus Igitur'.

El doctorado se suma a una larga serie de reconocimientos recibidos por el barítono: Académico de Honor de la Academia de Bellas Artes de San Telmo de Málaga; dos Grammy Awards (2001 y 2006); Medalla al Mérito en las Bellas Artes (2002); Medalla de Oro de Andalucía 2003; Premio Nacional de Música (2003); Kammersänger de la Wiener Staatsoper (desde 2007) y Miembro de la Academia de las Artes Escénicas de España.



Carlos Álvarez Rodríguez (Málaga, 12 de agosto de 1966). Estudió en el colegio público Gibraljaire de Málaga, de cuya escolanía entró a formar parte a los siete años. Cantó en la Coral Santa María de la Victoria y fue miembro fundador de la Coral Carmina Nova, integrándose en 1988, cuando se creó, en el Coro de la Ópera de Málaga, empezando a interpretar pequeños papeles en sus temporadas líricas. Estudió en el conservatorio de su ciudad natal, compatibilizándolo con los estudios de medicina que finalmente abandonó para dedicarse profesionalmente al canto.

Debutó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1990 con la zarzuela 'La del Manojo de Rosas' de Pablo Sorozábal. A pesar de haber rechazado la oferta de Riccardo Muti para cantar 'Rigoletto' en La Scala por considerarse demasiado joven e inexperto para interpretarlo, su brillante carrera le ha llevado a cantar en todos los grandes teatros del mundo, incluido La Scala con el propio Muti, con el que interpretó 'Don Giovanni' en 1999. En la actualidad y desde hace años, Rigoletto es uno de sus roles emblemáticos. Entre los múltiples galardones recibidos por el cantante se encuentra el Premio Nacional de Música.



DISCURSO DE CARLOS ÁLVAREZ EN LA CEREMONIA DE SU INVESTIDURA COMO DOCTOR HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

Estimado Rector, estimadas autoridades, mi querida familia, amigos míos: GRACIAS.
Parafraseando a Michel Foucault en su libro “El orden del discurso”: “Pienso que en mucha gente existe un deseo semejante de no tener que empezar, un deseo semejante de encontrarse, ya desde el comienzo del juego, al otro lado del discurso, sin haber tenido que considerar desde el exterior cuánto podía tener de singular, de temible, incluso quizá de maléfico. A este deseo común, la institución responde de una manera irónica, dado que hace los comienzos solemnes, los rodea de un círculo de atención y de silencio y les impone, como si quisiera distinguirlos desde lejos, unas formas
ritualizadas.”

Se parece esta sensación, que Kierkegaard titularía “Temor y temblor”, a la que experimentamos los intérpretes, justo antes de comenzar una función, como muestra del respeto que sentimos por nuestro trabajo.

Dándole vueltas a cómo comenzar este discurso, después de los saludos protocolarios, caí en la cuenta de que se me convoca a este acto por mi condición de cantante lírico: aquí está la prueba. E l’onor mio? L’onore! Dove diamin l’ha posto umano errore? Esta frase del Conde Almaviva de la ópera de Mozart “Las bodas de Fígaro” compendia el tema de mi discurso de hoy: EL HONOR COMO CAUSA DRAMATÚRGICA EN LA ÓPERA.

Muchas son las óperas que he cantado, por no decir casi todas, en las que el sentimiento del honor es causa fundamental en el devenir de su historia. Las formas en las que ha sido utilizado son diversas: honor nacionalista, honor heroico, honor familiar, a veces en una única acepción, otras como amalgama de varias de ellas.

Todos tenemos una idea aproximada de lo que quiere decir la palabra honor y de cómo
han cambiado tanto su percepción como su importancia en las relaciones personales y
sociales con el transcurso del tiempo. Si nos atenemos a su etimología, la palabra
HONOR viene del latín honos-honoris que, originariamente, denotaba el premio público
que se da al que se le supone o cree que es recto, decente. Progresivamente, su
significado ha ido evolucionando hasta terrenos antropológicamente unidos a
cualidades éticas, como decencia, honradez, integridad, virtud y otro numeroso elenco
de sustantivos abstractos que pertenecen al mismo campo semántico, aunque sus
expresiones latinas fueran otras distintas.

Es por eso que, junto a una especie de imperativo moral identificado con las voces
graves, los libretistas y compositores han hecho de los intérpretes de mi cuerda un
baluarte, no siempre comprensible, del sentido del honor, con todas sus connotaciones.
Como he podido comprobar leyendo y trabajando, allá donde los autores necesitaron
de un referente “moral”, estaba totalmente indicado el uso de una voz masculina grave
(ya fuese barítono o bajo); discrepo de que siempre se haya utilizado convenientemente puesto que nuestra sociedad y sus formas de comportamiento, afortunadamente, aunque no tanto como creemos o nos gustaría a la mayoría, han evolucionado para mejor. Hé aquí algunos ejemplos:

-GIOVANNA D’ARCO, de Giuseppe Verdi. Canta Giacomo, padre de Giovanna:
Franco son io, ma in core
M'è prima patria, onore... No se asusten, que la traducción del italiano al español de
esta primera frase nos desvela otro significado:
Francés soy, pero en mi corazón
están primero la patria y el honor.
Juré, si alguien la ofende,
morir o vengarla.
Ahora sobre mis cabellos blancos
Carlos hizo caer una afrenta...
Contra el indigno francés
pido entre vosotros combatir.

En esta primera cita con mis personajes podemos encontrar un caso de búsqueda de la actitud ética en el mantenimiento del honor: incluso a sabiendas de que su acción conllevará un desastroso final para su hija (no desvelo ningún secreto si les digo que, con la connivencia de su padre, Juana de Arco termina sus días en la hoguera, de manera honrosa...), Giacomo se encuentra en la diatriba que explicaba Max Weber cuando confrontaba el uso de la ética de la convicción frente a la de la responsabilidad.

Argumenta Salvador Giner en su obra 'Teoría sociológica clásica', acerca de tales conceptos: “La ética de la convicción o de los principios sigue imperativos. Cumple lo que hay que hacer porque así está ordenado, o así se siente como obligación  tica de la responsabilidad parezca obedecer a fuerzas irracionales [...] entraña también una suerte de racionalidad. [...] Frente a tal ética Weber considera otra, de índole diversa, en la que predomina la consideración de los resultados de la acción. Es la ética de la responsabilidad. [...] Es la ética consecuencialista, la que nos invita a sopesar las
ventajas y desventajas, los bienes y daños previsibles del comportamiento. Nos inspira lo que conviene hacer en un momento determinado para producir un bien o causar los menos daños posibles.”

El honor patrio francés de Giacomo choca con la necesidad de preservar la honra de su
hija, a costa de la propia vida de ésta, con lo que prevalece entregarla al enemigo antes
que perder el honor... Un desastre familiar frente a una honrosa acción patriótica.
Cuando estaba cantando esta obra en la inauguración de la temporada de La Scala en
diciembre de 2016 tuve la necesidad de llamar a mi hija Alejandra por teléfono para
decirle que la quería por encima de cualquier controversia que un honor mal entendido
pudiera suscitar. Y así intento hacerlo. Hablando de hijas, aquí está el segundo caso de honor: la honra.

-LUISA MILLER, de Giuseppe Verdi. Canta Miller, el padre de Luisa:
¡Ah! ¡Mis sospechas eran fundadas!
¡Ira y dolor me invaden el pecho!
De todos los bienes, el bien más santo
es el honor, y lo quiero sin mácula.
Cielo, me diste sólo
el don de una hija, y soy dichoso,
pero concede al padre que esta hija,
que este don, permanezca puro.

-STIFFELIO, de Giuseppe Verdi. Canta Stankar, padre de Lina (y no, no piensen que
me siento encasillado en el papel de padre; razón, el compositor):
¡Oh, Leuthold!
Con mi hija has manchado mi honor,
pero bien es verdad que si lo manchaste,
tu sangre lo limpiará.
———
Y luego, en un maravilloso dueto con su hija:
Y yo entonces deberé, de cara al mundo,
sofocar mi ira.
Deberé vencer la vergüenza
de llamarte aún hija mía.
A ti, la indigna que desprecio,
a ti, que has deshonrado a tu padre.

Amor paterno filial, honor y honra, tres elementos que, conjugados adecuadamente, dan pie a la aparición del drama operístico por excelencia durante gran parte de los siglos XVIII y XIX. ¿Cómo se resolvían estos dramas familiares en los que estaba envuelto el  honor de la familia a través de la honra femenina, puesta en entredicho? La muerte física o social de la mujer, fundamentalmente. ¿Creen ustedes que hemos cambiado mucho? Hoy día, en la India, cientos de mujeres son atacadas con ácido ¡por sus propios parientes!, para limpiar la supuesta (y a ojos de la ley y de los derechos
humanos, inexistente) deshonra.

Sírvame esta reflexión a vuelapluma para introducir en el discurso un elemento crucial
en mi forma de entender esta profesión y que pone en juego al segundo miembro de la
locución HONORIS CAUSA: ¿cuál es el sentido del arte en nuestra sociedad?, ¿tienen
voluntad de servicio las artes escénicas?, ¿existe una razón teleológica para mi trabajo? Desde un punto de vista amateur, el disfrute que yo experimentaba cantando tenía mucho de actitud epicúrea: canta y sé feliz. Cuando me convertí en profesional (luego les contaré algo sobre esta peripecia vital), la premisa se transformó en otra: canta y harás a otros felices y, si no es así de categórico, seguro que cambiarás su estado de ánimo; se unen en un solo concepto el hedonismo y la utilidad del arte en
nuestra sociedad. ¿Por qué causa mi satisfacción personal puede influir en la vida delos demás?

Puedo dar una primera respuesta basada en la modernidad absoluta de la ópera, en cómo la ópera está, desgraciadamente, de plena actualidad porque seguimos repitiendo los mismos estándares de comportamiento que hace 400 años, cuando empieza esta tradición cultural europea que llega hasta nuestros días. Se dice de Verdi “que debía ser considerado, él mismo, como un libretista. Tenía ideas tan bien definidas sobre la impronta dramática que había que dar a sus obras y estaba tan decidido a obtener lo que quería que se advertía inmediatamente su influencia en el campo literario, además de una conciencia ética (y aquí podríamos hablar de la ética del arte) y de un muy desarrollado sentido crítico que lo llevaba siempre más allá del entretenimiento, del hedonismo, del espectáculo e incluso del resultado musical...”.

Estoy interpretando en estos días en Viena la siguiente ópera:

-SAMSON ET DALILA, de Camille Saint-Saëns. Dice así el Sumo Sacerdote de Dagon, dios de los filisteos, a Dalila en el suculento dúo del segundo acto:

Sólo en ti está puesta mi esperanza,
¡Tuyo sea el honor de la venganza!
¡Quiero, para satisfacer mi odio,
que Dalila lo encadene;
es necesario que, vencido por amor,
sea humillado!

Vean en el núcleo de esta historia, la confrontación por el poder del territorio entre
hebreos y filisteos, la semilla de un conflicto actual que se localiza, aún, en el mismo
mapa geo-político: la franja de Gaza. ¿Está o no de actualidad la ópera? Como Sumo
Sacerdote, seguro que se arrogaba la capacidad hermenéutica de interpretar los signos
y las escrituras. Nosotros, los cantantes, los artistas escénicos en general, asumimos
ese papel delante del público: interpretamos significantes para que sean comprendidos
por el público, llegando incluso a estimular su reflexión y su criterio mediante el deleite
sensorial. Según el principio de razón suficiente, elemento que siempre he buscado en
mi trabajo desde que dejé los estudios de Medicina para dedicarme profesionalmente al
canto, todos los eventos que, a primera vista parecen azarosos, en realidad tienen una
explicación suficiente; su aparente incomprensibilidad es que no disponemos de un
conocimiento completo de los mismos. Ahí entramos nosotros, los cantantes, dando
razón y causa a una manifestación cultural basada en el virtuosismo y la honestidad,
dos cualidades de la actitud humana del ámbito del honor. Ya que estoy en Viena estos
días, le tomo prestada una frase al filósofo austriaco Ludwig Wittgestein: “Ética y
estética son una sola cosa”; en efecto, nuestra labor profesional, un acto estético sobre
todas las cosas, debería servir como índice y ejemplo ético en la búsqueda de
propuestas ante la sociedad de la que formamos parte. Solo a través de la
interpretación somos capaces de hacer más evidentes las ideas que subyacen en los
textos operísticos.

He hablado antes de virtuosismo y honestidad refiriéndome a mi trabajo; desde su
vertiente estética, hasta tal punto es así que existe un estilo operístico basado en el
virtuosismo llamado belcanto. Este estilo vocal implica un manejo de la técnica lo más
perfecto posible, primando el legato y la coloratura sobre la expresión y el énfasis
interpretativo de etapas posteriores. Les traigo dos nuevos ejemplos de mi repertorio,
en este caso belcantista, en los que aparece el honor desde dos puntos de vista contradictorios:

-ROBERTO DEVEREUX, de Gaetano Donizetti. Canta el duque de Nottingham al protagonista:

¡Quiero salvarte!
Aquí todos te llaman rebelde;
te persigue un destino horrible;
sólo yo defiendo tu honor.
La tierra y el cielo me escucharán.
¡Concédeme, oh, gran Dios,
salvar su vida y su honor!
Habla tú por mi boca,
santa voz de la amistad.
En esta ópera el honor es defendido, erróneamente, por un marido, yo, amigo y valedor del que es, a la vez, amante de su mujer y de la reina.

-LA FAVORITA, de Gaetano Donizetti. Canta Alfonso XI a Fernando:
De todos sea conocido
cuánto te honro;
¡Oh, tú que me salvaste,
tú, conde de Zamora,
vencedor de los moros,
marqués de Montreal,
acepta también esta orden! (Y, añado yo, de paso, la mano de la amante del rey,
deshonrándote...)

En esta otra es el rey, yo, el que juega con el honor de todos. Parecen cruzarse en
estos dramas dos conceptos de este amplio campo semántico en el que se debate mi
discurso de hoy: ética y virtud. El primero, la ética, con una componente externa que
tiene que ver con reglas por todos compartidas; el segundo, la virtud, de ámbito interno
y personal. Actitudes complementarias pero que no siempre van unidas.

A diferencia de mis personajes, a los que he aprendido a no juzgar porque sería
entonces difícil justificar éticamente sus acciones, he intentado comportarme, aunque
con fallos, de modo honesto en mi vida, en mis estudios y en mi profesión. La ética
profesional me acompaña desde que cursé estudios en esta universidad, llegando a
una especie de mezcla deontológica basada en el JURAMENTO HIPOCRÁTICO:
 “ Si el juramento cumpliere íntegro, viva yo feliz y recoja los frutos de mi arte (considerada
así, al igual que mi profesión, cuando se ejerce de manera virtuosa) y sea honrado por
todos los hombres y por la más remota posteridad. Pero si soy transgresor y perjuro
(traducido al escenario: una mala tarde la tiene cualquiera), avéngame lo contrario”. Por
eso mi objetivo vital está siempre más cerca del compromiso que de la gloria, como se
contempla en los siguientes ejemplos operísticos:

-DON CARLO, de Giuseppe Verdi. Canta Rodrigo, marqués de Posa:

Donde en España se necesite una espada,
una mano vengadora, un custodio del honor,
no tardará en destellar la mía, bañada en sangre.

Me ha gustado mucho cantar este personaje por su condición de amigo leal y por su compromiso político, porque siempre demuestra una gran honestidad en el valor de intentarlo ante la sociedad de la que forma parte, obteniendo por ello un honorable respeto aunque de fatal desenlace.

-ERNANI, de Giuseppe Verdi. Canta Carlos V, no mi hijo, aquí presente, sino el emperador hispano-germánico, ante su inminente coronación:

¡Gran Dios!
Ellos, sobre estos mármoles sepulcrales,
afilan la daga para darme muerte.
¡Cetros! ¡ Riquezas! ¡Honores!
¡Bellezas!
¡Juventud! ¿Qué sois?

En este caso, el concepto “honor” tiene que ver directamente con el reconocimiento de ciertos méritos. Este acto académico lo demuestra.

Encontrarnos hoy aquí significa, en mi modesta opinión, un reconocimiento a la MÚSICA como el producto más genuinamente humano de esta civilización y, por ende, cultural. Yo, que soy un descreído y me guío por el racionalismo (vivo de la opinión crítica de los demás...), sin embargo trabajo en un ámbito en el que lo estético y lo emocional se convierten en el objetivo de nuestra labor, sin haber esperado nunca nada a cambio. Yo tomo este trabajo como si fuera un regalo (estaría dispuesto a pagar por ello, pero no lo diré con la voz muy alta para que no me tomen la palabra los
directores de los teatros). Quiero utilizar un poema de Ángel González para describir
este sentimiento de gratitud.

-Deixis en fantasma (Ángel González.) Aquello. No eso. Ni -mucho menos- esto.
Aquello. Lo que está en el umbral de mi fortuna. Nunca llamado, nunca esperado
siquiera; sólo presencia que no ocupa espacio, sombra o luz fiel al borde de mí
mismo que ni el viento arrebata, ni la lluvia disuelve, ni el sol marchita, ni la noche
apaga. Tenue cabo de brisa que me ataba a la vida dulcemente. Aquello que quizá
hubiese sido posible, que sería posible todavía hoy o mañana si no fuese un
sueño.

Sí, soy cantante (digan simplemente cantante lírico y no caerán en la diatriba de si se es tenor, soprano o barítono, que es mi caso, como si ser tenor fuera el ápice de un meritorio escalafón profesional y no una mera capacidad fisiológica de nuestras laringes...); repito, soy cantante y me siento transmisor de una tradición lírica que se remonta hasta el siglo XVII y que aún está de plena actualidad por cuanto sirve al deleite sensorial y al estímulo de la reflexión y el criterio. Pero, oh, paradoja del destino, mi trabajo, que se basa en la pretensión, en la apariencia, en la simulación, sin embargo requiere de un alto grado de honestidad, fundamentalmente porque la interpretación es siempre recreación (personalizada y efímera) de una propiedad intelectual anterior. No voy a ser original tampoco en este momento porque he pasado toda mi vida profesional haciendo lo que les he dichoantes, así que puedo recitar, con Terencio: “Homo sum, humani nihil a me alienum
puto” (Soy un hombre y nada humano me es ajeno) y con Hipócrates, de nuevo: “Ars
longa, vita brevis” (La tarea es larga, la vida es corta). ¿Quién mejor que Mozart podría
subrayar este momento de zozobra moral? Aquí van dos obras maestras:

-DON GIOVANNI, de W. A. Mozart. Canta el protagonista a Leporello, su criado, tras
haber matado al padre de la mujer a quien acaba de violentar:
Lo juro por mi honor,
con tal que no me hables
del Comendador. (Pero mi honor que quede a buen recaudo, obviamente)
——
Sigue cantando Don Giovanni, esta vez a una pueblerina a punto de casarse:
¿Crees que un hombre honesto,
un noble caballero
como yo me precio de ser,
puede soportar
que esa carita de oro,
ese rostro azucarado,
sea maltratado
por un vil patán?
——-
¡Eso es una calumnia
de la gente plebeya!
La nobleza lleva la honestidad
pintada en los ojos.
Vamos, no perdamos tiempo,
ahora mismo quiero desposarte.
——-
Y finalmente, desvelando a su criado que su última conquista podía haber sido la mujer
de éste:
Y bien, ¿no hubiera sido
eso un honor para ti?

-LE NOZZE DI FIGARO, de W. A. Mozart. Observen este diálogo entre los dos protagonistas masculinos, que he tenido el placer de cantar aunque nunca a la vez; ésta será la primera:

FÍGARO, pidiendo permiso para desposar a Susanna:

De vuestra sabiduría el primer fruto
hoy nosotros recogeremos; nuestras bodas
ya se han establecido, ahora a vos toca
a la que se ha mantenido gracias a vos
inmaculada, cubrir con esta blanca
vestidura, símbolo de honestidad.

Responde el CONDE, que persigue a Susanna por los rincones, abusando de su derecho de pernada:

¡Diabólica astucia!
Pero conviene fingir.
Estoy agradecido, amigos,
por un sentimiento tan honesto,
pero no merezco por esto
ni tributos, ni elogios; es un derecho injusto
y en mis feudos aboliéndolo
devuelvo a la naturaleza y al deber sus derechos.

Nunca he sido doctor sobre el escenario; sí otra extensa nómina de actividades con mucho título nobiliario entre ellas, aunque en todas el honor, la honradez, la honestidad, hasta los honorarios, esa remuneración que recibe el profesional liberal por su trabajo y de etimología cercana, eran elemento catalizador de sus dramas personales. Por la lista de mis personajes he tenido la oportunidad de conocer, muy de cerca, comportamientos distorsionados que siempre me han causado un extraño
dilema ético: ¿canta uno como es?, ¿puede la apariencia encubrir conductas deshonrosas o inmorales? La propia historia ha demostrado cómo bondad y belleza no siempre han ido de la mano y me basta una cita de Albert Camus para iluminar mis dudas: “He visto a muchas personas con mucha moral obrar mal y compruebo, todos los días, que la honradez no necesita reglas”. En cuántas ocasiones el público confunde a la persona, al intérprete, con su personaje, pensando que somos una misma cosa.

 Ay, cuánto se han prevalido las clases privilegiadas, manteniendo una falsa apariencia de honestidad, solo por el hecho de disfrutar de un status basado en las diferencias sociales y, claro está, económicas. Les propongo una reflexión usando la siguiente ópera como excusa:

-ANDREA CHÉNIER, de Umberto Giordano. Canta Carlo Gerard, defendiendo al protagonista ante un tribunal revolucionario parisino:

¡Aquí la justicia se llama Tiranía!
¡Esto es una orgía de odio y de venganzas!
¡Aquí se derrama la sangre de la patria!
¡Somos nosotros los que herimos
el pecho de Francia!
¡Chénier es un hijo de la Revolución!
¡Laureles para él, no le deis la muerte!
¡La patria es gloria!
¡Óyela, pueblo,
la patria está allí donde se muere
empuñando la espada!
No aquí donde se mata a sus poetas.

Mi personaje ha evolucionado desde su posición de sirviente en el antiguo régimen hasta convertirse en dirigente de la revolución francesa, dándose cuenta de que éstase lleva por delante a personas e ideales. Las diferencias sociales y económicas son  motor del devenir histórico y han sido muchas las teorías que han intentado dar solución a tal dilema. John Rawls, en su obra “Teoría de la justicia”, concibe la sociedad como “un sistema equitativo de cooperación social recíproca entre personas
libres e iguales”; como esta igualdad es sólo teórica, el desequilibrio debe combatirse con la igualdad equitativa de oportunidades. En definitiva, la justicia consiste en “compartir los unos el destino de los otros” en el sentido de mitigar los efectos de la lotería natural y social. “Nadie habrá de beneficiarse de estas contingencias, excepto cuando esto redunde en el bienestar de los demás”. Si de verdad queremos tratar con igualdad a todas las personas y proporcionar una auténtica igualdad de oportunidades, la sociedad tendrá que dar mayor atención a quienes tienen menos dotes naturales y a
quienes han nacido en las posiciones sociales menos favorecidas. Ya que nos encontramos en un acto que valora el mérito, déjenme hacerles el último apunte sobre Rawls, que me permitirá avanzar hacia el final de mi discurso. Se pregunta el filósofo estadounidense: ¿qué merecemos, desde un punto de vista moral, cuando nos premian por nuestro trabajo? Y la respuesta es:”merecemos que se cumplan las expectativas que una sociedad justa nos permite tener. El talento y el esfuerzo no tienen un valor
moral intrínseco que justifique un determinado modelo de retribución económica, y mucho menos de justicia distributiva. Tenemos tan solo derecho a obtener ganancias si con ello se mejora la situación de los que están peor, pero no porque exista un derecho moral a que los más inteligentes o los que se esfuerzan más deban ganar, en consecuencia, más dinero que los demás”. ¿Qué hacer pues cuando quieres elegir una actividad profesional o ella te elige a ti?

-LA FORZA DEL DESTINO, de Giuseppe Verdi. Canta Carlos de Vargas, noble que se hizo pasar por estudiante, ante el dilema de desvelar un secreto que resultará fatídico:

Urna fatal de mi destino
vete, aléjate, me tientas en vano,
vine a limpiar mi honor y, loco,
voy a mancharlo de vergüenza.
Un juramento es sagrado
para un hombre de honor;
que el pliego conserve su misterio.
Alejaré este pensamiento que con un acto
indigno ha puesto en peligro mi honor.

En mi caso, yo una vez fui, verdaderamente, estudiante de esta Universidad. Mi primigenia vocación profesional no fue el canto sino la MEDICINA. Recuerdo a mis padres intentando dar una respuesta sensata a un niño de 5 años que había decidido ser médico aunque en su tradición familiar no existiera ningún caso (al igual que con la música pero, al fin y al cabo, era un grandísimo divertimento). Con el paso del tiempo llegué a convertirme en un "porteador de apuntes de ORL" hasta que la incompatibilidad física entre el ámbito hospitalario y el espacio escénico me hizo tomar
la decisión definitiva: la música vocal, que me acompañaba como mi mayor afición desde que formaba parte de la Escolanía fundada en el colegio público donde cursé la EGB, se convertiría en mi apuesta profesional, dejando la UMA en 4º y el Conservatorio en 3º; me alejaba de la antaño segura actividad académica para seguir a la inciertamente profesional pero "muy placentera, de agradable genio o de buen ánimo"

Euterpe, musa de la Música.
Cultura y conocimiento son dos elementos que residen en esta institución académica que es la Universidad y que definen, con naturalidad antropológica, lo que es esencialmente humano. ¿Demasiado, parafraseando a Nietzsche? No, yo creo que nunca es suficiente y también que pisar estas aulas no fue del todo en vano. Le tomo la palabra a Javier Sádaba: “el ideal del universitario debería consistir en llegar a ser un ciudadano consciente de su responsabilidad con él mismo y con la sociedad de la que forma parte. Un ciudadano privilegiado por su esfuerzo, que ha conseguido situarse más cerca que nadie de las certezas y realidades del mundo, y que transita un camino
que no debe hacerse por inercia ni en soledad”. Es la fuerza de mi sino: cuando elegí la Medicina como forma de vida profesional sabía que su resultado inmediato sería el servicio a los demás; cuando me convertí en cantante, ¿para qué servía esto al colectivo? Llegué a una respuesta con delicadas connotaciones casi de inmediato: los cantantes somos

-RIGOLETTO, de Giuseppe Verdi. Canta el protagonista, anticipando un trágico final:

¡Podrían seguirla y raptarla!
Deshonrar a la hija de un bufón
y luego burlarse de él...
¡Qué horror!
——-
Cortesanos, raza vil y rastrera,
¿a qué precio vendisteis mi bien?
A cambio de oro nada os repugna,
pero mi hija es un tesoro impagable.
Devolvédmela...o esta mano,
aunque desarmada, os podría herir;
nada en la tierra asusta al hombre
cuando defiende el honor de sus hijos.
¡Abridme esa puerta, asesinos!

Junto con Rigoletto, y como cantante, alguna vez se ha oído: ¿qué honor hay en esta profesión que, durante mucho tiempo, fue considerada como una actividad realizada por gente de mal vivir...? Puedo decir que mucho y que, gracias a esta posición, quizás se nos permite decir en voz alta lo que los bufones tenían permitido por sus amos: las verdades del barquero...porque, realmente, ¿el trabajo de los artistas consiste sólo en entretener o, también, en inducir a un pensamiento crítico en el público (o en la ciudadanía, si la repercusión del personaje es mayor), fomentando la cultura en colaboración con la sociedad? Si de inducir pensamiento hablamos, mi siguiente personaje sería el paradigma de tal actividad.

-OTELLO, de Giuseppe Verdi. Canta Yago, previniendo a Otello:
No hablo todavía de pruebas:
sin embargo, generoso Otelo, vigilad...
a menudo las honestas y bien nacidas
conciencias no sospechan la mentira: Vigilad.
Escrutad las palabras de Desdémona,
una palabra puede traer de nuevo
la confianza o reafirmar la sospecha.
——-
En esta segunda intervención, tras sufrir la furia de Otello, blasfema sobre la honradez:
El cielo os proteja.
Ya no soy vuestro alférez.
Quiero que el mundo me sea testigo
de que la honradez es un peligro.

De nuevo el concepto de honor adquiere extrañas polisemias cuando Yago habla de honradez y honestidad, algo que suena sarcástico en un personaje que presenta una acusada tendencia a la maldad. Se siente virtuoso y hace referencia a un código de honor que, obviamente, esquiva cuando no le conviene. La virtud para Aristóteles no es un estado mental, sino una disposición para conseguir la excelencia y la felicidad.

Ninguno de los personajes de esta ópera lo conseguirá. Yo, para no sentirme un Yago cualquiera, en la vida real dejé, por honor, una incipiente fundación que se llamaba como yo...

Y ahora que llegamos al postrer argumento, quiero usar la voz de Falstaff para dar la mejor definición lírica de honor que Shakespeare pudiera escribir y Verdi componer. No es mi intención que se sientan aludidos; si lo hacen, pregúntense, como Hamlet: “Ser o no ser; he ahí la cuestión”

-FALSTAFF, de Giuseppe Verdi. Canta el protagonista:

¡El honor! Ladrones.
¡Vosotros estáis ligados
a vuestro honor, vosotros!
Cloaca de ignominia,
cuando ni siquiera nosotros
podemos estar ligados al nuestro.
Yo mismo, yo, yo,
tengo a veces que dejar a un lado
el temor de Dios y, por necesidad,
olvidar el honor,
usar estratagemas y equívocos,
ingeniar, bordear.
¡Y vosotros, con vuestros harapos,
con la mirada recelosa de gatopardo
y vuestras fétidas carcajadas,
habláis de Honor!
¿Qué honor? ¿Qué honor?
¡Qué honor! ¡Qué charla! ¡Qué broma!
¿Puede el honor llenaros la panza? ¡No!
¿Puede el honor reponeros una pierna?
No puede.
¿Y un pie? No.
¿Y un dedo? No.
¿Y un cabello? No.
El honor no es un cirujano.
¿Qué es entonces?: Una palabra.
¿Qué tiene esta palabra?
Tiene el aire que vuela.
¡Bella construcción!
¿El honor lo puede oír un muerto? No.
¿Vive sólo con los vivos? Tampoco:
porque las ilusiones lo inflaman,
lo corrompe el orgullo,
lo ablandan las calumnias;
¡y para mi no lo quiero!

Volviendo al Principio de causalidad, y para finalizar mi discurso, entiendo que gracias a mi trabajo puedo aplicarme en el cometido de compartir con la sociedad, directa o indirectamente, las inquietudes, las necesidades, los intereses, en definitiva, la capacidad de convertirla en algo mejor de lo que recibimos. Con casi treinta años de carrera profesional (y muchos más de hacer música de modo amatorial, disculpen por el anglicismo) me encuentro en la disposición y en la obligación de continuar con mi actividad, de compartir mi experiencia, ya sea involucrándome en los ámbitos sociales que puedan utilizarla apropiadamente o, y aquí está mi propuesta a la Universidad que
nos acoge, en forma de un “magisterio” artístico-vital para el que ya me siento
preparado. Palabra de honor.
Carlos Álvarez es investido doctor honoris causa por la Universidad de Málaga Carlos Álvarez es investido doctor honoris causa por la Universidad de Málaga Reviewed by Diario Lírico on 24.5.18 Rating: 5

1 comentario:

Diego Emilio dijo...

Gran cantante, casi médico, andaluz y ............ pico de oro. Enhorabuena

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